36 faltas de respeto, de humillación, de sometimiento, de recorte de libertades, de persecución de la singularidad. El ‘acomplejado’ aguanta lo que le echen, sin rechistar. • Ausencia de reconocimiento. El ‘acomplejado’ no reconoce su propio talento, por lo que no lo exhibe ni defiende. Al contrario, o bien lo esconde para no molestar o por no considerarlo digno de ser mostrado. No sólo el mundo se pierde lo bueno que esa persona tenga para compartir con los demás, uno también se pierde el regalo que es brillar la luz que lleva en su propia alma. • Malestar emocional. Vivir acomplejado es hacerlo inmerso en la miseria y la inmundicia emocional resultado del tipo de pensamientos, creencias y emociones que de ello se derivan. Una persona acomplejada piensa mal de sí misma, tiene diálogos destructivos que le hacen sentir miserable y mediocre. Todo ello fomenta el ‘malestar emocional’ que acaba por cristalizar en enfermedades diversas. • Síndrome del zombie. El ‘acomplejado’ se pasea por la vida cual zombie que no está ni vivo ni muerto, emocional y psicológicamente hablando. Pasan los días y no medra, no avanza, siempre está dando vueltas en círculo ahondando el agujero de depresión en el que hunde su psique. No cree en sí mismo, se siente miserable y mediocre, fomenta emociones y pensamiento nocivos que le anestesian el alma. Su vida se estanca y no disfruta de nada, ni de las puestas de sol, ni de los amaneceres, ni de estar sobre la tierra. En resumidas cuentas, no se da la oportunidad de vivir la vida como desee. • Inacción. Dado que no cree en él/ella, no hace nada por promover su talento, para que se la reconozca, por buscar trabajo, por relacionarse, viajar, estudiar algo de provecho… Se hunde en su zona de amuermamiento (mal llamada ‘de confort’) y se aísla del mundo reforzando el síndrome del zombie. • Dado que uno se ha dejado de lado como consecuencia del desprecio resultante del acomplejamiento ya sea al despertar, al ir a dormir, al necesitar una palabra de aliento o amable, un abrazo del alma… uno no está para sí mismo y ni tan siquiera se percibe el mínimo aleteo del ángel de la guarda. La peor de las soledades es la que se experimenta de uno mismo. La esponsorización positiva de uno para consigo mismo no existe. Uno no puede contar consigo mismo. • Broncas domésticas. La persona acomplejada se abronca, se flagela el ánimo con malas ideas e insultos, se desprecia, se ataca a sí misma (auto agresión psicológica), se ningunea, se considera un trapo… ¿Quién quiere estar con alguien que todo el rato le usa como cubo de sus basuras emocionales? Nadie, por eso cuando se trata de alguien ajeno a nosotros, nos alejamos de ese alguien. Sin embargo, cuando ese alguien es uno mismo, la posibilidad de escapar no existe. Donde quiera que vayas, irá tu conciencia. • Síndrome del erizo. La persona acomplejada no se deja querer, la relación con ella se vuelve muy difícil porque boicotea las relaciones de mil y una maneras. El miedo que tiene a no ser una persona adecuada, digna de amor, la hace comportarse en sentido contrario, es decir, fomenta la discordia y el hartazgo con sus dudas, acusaciones, ve fantasmas donde no los hay, duda de todo y de todos, no sabe diferenciar a alguien auténtico de alguien falso. Se vuelve controladora, celosa, dubitativa, convirtiendo sus relaciones en ‘montañas rusas’. • Alucinar en negro. Cree que todos piensan mal de ella, que nadie la aprecia (una variante del ‘síndrome del erizo’). Por regla general, esto remite a una herida emocional de desprecio o no aprecio por parte de uno o de ambos progenitores. Se llena la cabeza pensando que los demás piensan mal de ella, que la consideran tonta, inútil, borde, despreciable… Todo un repertorio de antipiropos. • Cortina de humo. No asume responsabilidades, culpa al mundo, al chachachá, de lo que le sucede. Consecuentemente, al no asumir la autoría de sus acciones u omisiones, no avanza en nada. • Victimización. Una variante derivada de la cortina de humo. La persona acomplejada se victimiza y al dar el poder a alguien ajeno a ella misma, es probable que, por un lado, la rescaten y, por otro, la sometan. La victimización fomenta el síndrome del zombie y la inacción.
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