9 y realmente a veces no queremos porque estamos cansadas y acabamos haciendo algo que no tenemos ganas de hacer. Llenarnos de cosas que no queremos hacer -o que no tenemos tiempo de hacer- nos genera agobio, estrés y ansiedad. Y, por otro lado, daña nuestra autoestima porque pasar por alto nuestras preferencias son pequeños autosabotajes que nos hacemos a nosotros mismos. Es ausencia de autocuidado y eso tiene un efecto importante. Aceptar todo. Estar en todo. Decir que sí aunque no apetezca, aunque no convenga, aunque duela. Esa cadena de síes automáticos ha sido, en muchos casos, la antesala del agotamiento físico y emocional. Por suerte, cada vez más mujeres están aprendiendo a decir no, aunque al principio pueda ser incómodo, claro. Remueve creencias profundas. Nos enfrenta con el miedo al rechazo o al juicio. Nos obliga a priorizarnos. Y eso no siempre gusta a los demás. Pero, como me dijo una vez una gran mujer: “cada no que das afuera es un sí que te das a ti misma”. Un “no” puede marcar la diferencia entre una agenda equilibrada y una jornada interminable. Entre una colaboración alineada y una carga más. Entre el respeto y la saturación. Decir “no” no es un acto de frialdad, sino una muestra de claridad. Significa poner límites, y eso es una forma legítima de proteger el tiempo, la energía y la salud mental. Es también una herramienta de liderazgo que ayuda a construir relaciones más saludables, tanto personales como laborales. Decir “no” permite elegir. Y elegir es un derecho que durante años ha estado condicionado por el miedo: al juicio, al rechazo, al conflicto. Romper con ese miedo es un paso imprescindible hacia una vida con mayor autonomía y autenticidad. En un mundo que premia la hiperproductividad, atreverse a decir “no” con firmeza y amabilidad puede ser uno de los gestos más revolucionarios de nuestro tiempo. Decir no también es una forma de amor hacia nuestras necesidades, nuestro tiempo y nuestro bienestar emocional, físico y mental. No siempre es necesario explicar, justificar o disculparse. A veces basta con una frase firme, dicha con amor pero con claridad: — Gracias por pensar en mí, pero no puedo asumir eso ahora. — No me siento cómoda con este comentario. — No es una prioridad para mí en este momento. — No. Sólo no. Ser una mujer que pone límites no te hace menos empática, ni menos amable, ni menos profesional. Te hace libre. Y ser libre, para muchas de nosotras, ha sido un proceso. Una conquista. Así que si hoy estás dudando, si estás al borde de decir un sí por compromiso, por miedo, por costumbre… detente un segundo. Pregúntate si eso te suma o te resta. Y recuerda: decir no también es un acto de autocuidado. De coherencia. De amor propio. Y eso, querida, también es liderazgo.
RkJQdWJsaXNoZXIy MTUxNjQ2