Lo Mejor de Retos Femeninos - Noviembre 2025

31 de infelicidad, sino de todo lo contrario. Se sentía feliz en su diferencia. No tenía ni idea acerca del por qué tuvo que aparecer en ese reino. Ahora bien, independientemente del cómo y por qué estuviese allí, en el fondo de su ser intuía que algo tenía que ver con una o varias vidas anteriores. “¿Otras vidas?” Sí. Cisne creía que el alma migraba entre vidas, o sea, que se reencarnaba en otra entidad humana para seguir aprendiendo, o reparando errores, o compensando a aquellos a los que se hubiese ofendido, recogiendo premios por haber sembrado bien… El karma, al fin y al cabo, era algo real para Cisne, y acorde a sus creencias vivía su nueva vida. No le importaba hacer nacido en una humilde aldea del país del Club del Redil donde todos presumían de ser iguales… si, iguales en su mediocridad, pues disimulaban su singularidad a la par que no permitían que nadie la exhibiera ni alardeara de la misma. Cisne era un zigoto equivocado, es decir, que la cigüeña la había soltado donde no debía, vamos que se equivocó de nido u hogar. ¡La cigüeña la lió, bien liada! Si en vez de empeñarse en volar esa madrugada con la tormenta que se había desatado, hubiese esperado a que escampase, no se hubiera perdido, y consecuentemente, no hubiese confundido la gimnasia con la magnesia, es un decir. Por lo tanto, hubiera visto que la calle era una del mismo nombre con el mismo número, pero no en el mismo pueblo. “¡Cáspita!” Se armó el lío. Así fue como Cisne se encontró en un hogar y en un pueblo donde todos eran diferentes a ella, con lo que la tacharon de rara y otras cosas peores… ¿¡Dónde iba ella con ese largo cuello y esa luz en la mirada, y esas alas angelicales!? ¿Quién se había creído que era? Alguien especial, por supuesto. Alguien con un don del cual los otros carecían. Bien que podrían haber aprovechado para aprender de ella… ¡Así decidieron proceder! Ah, ¿creíste que la iban a expulsar del pueblo, tachándola de loca, fea, y otras cosas por el estilo? Cierto. Podría haber ocurrido así, claro… Aunque, no siempre los diferentes, son mal recibidos. Cisne fue muy bien acogida en su familia terrena: existen los mundos paralelos, conocidos como el cielo y la tierra, y ambos poseen puertas de acceso del uno al otro y viceversa. La tormenta de aquella noche le impidió a la cigüeña darse cuenta de que se había abierto la puerta para que ella la cruzase y así, como si de un despiste celestial se tratase, Cisne pudiese nacer en la Tierra en vez de en el Cielo. Los de ese lugar necesitaban a alguien de su bello interior, a alguien con su luz. Habían olvidado lo que es la belleza auténtica y por eso los sabios del lugar reclamaron a un ser de luminosas alas. Por eso, Cisne fue nacida entre los diferentes a ella. Les unía una misma misión: mostrarle al mundo que la belleza que de verdad cuenta, y genera luz en la mirada, está en el alma y en el amor de quién la mira. Cisne fue creciendo. Y, si bien es cierto que en la escuela donde pasó su infancia no todos la acogieron bien, ni comprendieron ni estimaron ni alabaron… Si tuvo mentores que vieron su luz y la agradecieron. Pero, sobre todo, lo más decisivo fue que su familia terrena la amó con sinceridad, pues se sentían profundamente afortunados por tener a alguien como ella entre los suyos. Ese alimento tan especial que recibió en forma de cariño durante su infancia fue lo que le permitió extender sus alas en toda su plenitud. Como decía, ella, Cisne, tenía un don; podía ver el alma de la gente, ver quiénes eran en verdad por debajo de sus disfraces, máscaras y mentiras. Así las cosas, no la podías engañar. Ella sabía cuándo alguien era cisne o lo pretendía. Consideraba que no había nada malo en ser un patito, siempre y cuando se fuese feliz siéndolo, y para serlo nada como aceptarse uno a sí mismo, ser condescendiente y agradecido por las cualidades personales y particulares que uno exhibía. Nadie era igual a nadie. Todos eran únicos, singulares e irrepetibles. “¡Genial!” La abuela de Cisne sostenía que todo el mundo tenía su ‘gracia’ (don). Ciertamente, la de Cisne era una Gracia Divina. Merced a esa infancia llena de cariño, Cisne creció fuerte y bella, y no hizo ascos a su misión vital: enseñar a otros a desplegar sus alas de luz. Donde quiera que fuese encontró gente dispuesta a aprender de ella y con ella. ¿Fue todo tan ‘coser y cantar? ¿Tan fácil? No, obviamente. Ya te adelanté que en la escuela no todos la amaron. Algunos, incluso, la odiaron, los menos, eso sí. Sin embargo, armaron mucho barullo. Odiaban su despierta y veloz inteligencia. Odiaban su risa cristalina. Odiaban su alegría mágica. La odiaban porque hubieran querido ser ella y no podían. Si en vez de ello, se hubieran dedicado a ser ellos mismos, la habrían admirado, lo cual hubiera supuesto un mejor y más pragmático empleo de la energía desperdiciada en odiar…

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